Ana González / Sara García
Hola e-peregrinos.
Con mucha pena en nuestro corazón, esta es ya nuestra penúltima jornada de esta peregrinación llena de gracias que el Señor nos ha concedido.
Nuestra jornada de hoy, ha comenzado a una hora razonable, aún así se podía apreciar alguna que otra cara de sueño.
Mientras algunos desayunaban otros se han percatado de que algún hermano despistado o que seguía un poco adormilado se ha tomado muy enserio lo de «mis puertas de par en par me voy a todas partes».
Maletas al autobús, Eduardo al volante y todos a sus asientos. Así comenzaba nuestra aventura del día de hoy. Tras un emotivo poema, que debido a su extravagante vocabulario ha resultado difícil de comprender para los hermanos más jóvenes, hemos comenzado nuestro viaje.
Y puesto que nos quedaba un largo camino por delante, ¡qué mejor que compartir y abrir la vida a los hermanos!
«Yo vengo a reunir a todas las naciones, para que anuncien mi gloria».
Primera parada: visita al Claustro de Silos. Seguida de una emotiva Eucaristía en el monasterio de Silos, en el cual hemos tenido el honor de sentarnos en los asientos de los monjes, que viven ahí su vida de fe.
Después de la eucaristía, el Señor nos ha regalado bailar en la plaza del pueblo de Silos, donde estaba aquél que nadie se esperaba que fuera el alcalde. El ver a los niños y los más mayores disfrutar viéndonos bailar ha hecho que a pesar de estar el bus esperando bailáramos alguna canción más. Dayenú, eso nos habría bastado.
Otro paseíto en bus, y hemos llegado a la Yecla dónde hemos podido pasar por el desfiladero, en el que alguno que otro se ha comido una roca, nada importante. Y tras un regreso caluroso, hemos podido saciar no solo nuestra hambre sino nuestra sed. Porque como bien han sabido llevar a cabo los del restaurante, y se dice en las bienaventuranzas, «Bienaventurados los que tienen hambre y sed, porque ellos serán saciados».
Al acabar, vuelta al autobús, que ya se ha convertido en nuestro lugar de convivencia. Y mientras unos dormían, otros se han puesto en modo «Among Bus».
Uno de los momentos más disfrutados ha sido la visita por la cueva de San Saturio, dónde los peregrinos hemos podido disfrutar de una brisa fresca, muy agradable. De hecho ha costado un poco de esfuerzo, salir de allí. Pero como ya se nos ha dicho, era «obedecer o morir».
Tras un paseo de vuelta al bus, nos hemos sentado con el mar de Galilea a nuestras espaldas, y el monte Sinaí bajo nuestros pies. Ahí hemos podido hacer un círculo y continuar con las experiencias de los hermanos.
El Señor nos ha enviado una señal de que ya era hora de volver al hotel, enviándonos un poco de lluvia. Porque el Señor, que bien nos conoce, sabe lo débiles que somos y la falta que nos hacen este tipo de detalles que tiene con nosotros.
Finalmente hemos podido descansar un poco, y tras la cena, hemos cerrado el día con más experiencias de los hermanos.
Solo nos queda dar gloria a Dios por todo lo que hemos vivido y todos los pequeños momentos que nos ha ido regalando a lo largo de esta peregrinación, porque como bien se dice, «las cosas pequeñas son las más bonitas».
Por último queremos dar gracias a los catequistas que nos acompañan en nuestro día a día y nos ayudan tanto a comprender cómo a intentar aceptar nuestra historia de salvación. También a Lidia que aunque no ha podido acompañarnos físicamente, ha estado presente en cada uno de nuestros corazones.
«Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora»