Cracovia 2016: 3 de agosto

Amparo López / Ignacio López

La poderosa Viena desperazaba nuestros huesos demasiado temprano: 6:30 de la mañana. Horas intempestivas para iniciar el ritual matutino que conducía a una pequeña manifestación en la zona del desayuno: estaba ‘petado’. La ciudad se difuminaba en un tímido sol, iluminando cada ápice de los imponentes edificios de la monumental Viena. Razones superiores a nuestras fuerzas retrasaron la salida que nos conducía al Santuario de Mariazell. El Señor nos cuidó para llegar incluso sobrados, para bien del corazón de Fernando. Lo bueno si breve, dos veces bueno, reza el refrán. Así fue la eucaristía, por motivos de agenda, pero aderezada con las siempre intensas vivencias que marcan la actuación del Señor en la Comunidad del Autobús. Hubo tiempo, gracias a Dios, de hincar rodilla en la basílica, buscando la intercesión de la Virgen ante el Señor. Se acabó el tiempo de oración para adentrarse en nuestro hogar de 6 ruedas -un día fue de 5- dispuestos a emprender nuestro longevo trayecto hasta la bella Italia. El aperitivo, valga la redundancia, fue en el restaurante italiano en Austria que sabía a kilómetros futuros. Vimos Italia en la tremenda pasta, pizza y tiramisú que nos sacudimos lo más rápido que nos permitió el cuerpo. La pesadez se apoderó de un cuerpo que gritaba interiormente por una bendita siesta.

La jornada no daba lugar para la imaginería: Eduardo se volvía a disfrazar de nuestro particular Jason Statham en Transporter. De clase, como el actor, va sobrado. No era fácil domar al animal por la interminable falla transalpina. El camino se abría paso entre una arbolada eterna que descubría paisajes de ensueño, rememorando imágenes más propias del Giro y Tour de Francia. En el autobús se empezaba a notar el efecto de la dieta mediterránea que venía acompañado de somnífero casi mortal. Aquí no se iba a subir más puerto que el de un efímero sueño a golpe de aire acondicionado. Se desperezaba la zona trasera, tímidamente, provocando el efecto pesca de arrastre en la zona noble del autobús. La vida seguía igual pero más cerca de nuestro destino: Mestre. Una parada de media hora servía para arrasar las neveras de la gasolinera que se quedaban despobladas de ese oro negro llamado Coca-Cola. Llego el turno de las experiencias: Isabel Pascual, María López, servidor y María Gómez-Carpintero. Más riqueza para todo el autobús ver la acción de Dios de forma tan explícita: los frutos ya se podían recoger sin todavía haber pisado Madrid. Sí pisamos finalmente Mestre, Dios mediante, tras unas melodiosas vísperas que finiquitaron la jornada autobusera. En el hotel no esperaba más pesto, pasta y demás bienes italianos que tanto gustan al redactor. El día, por las indicaciones del texto, podría parecer de rutina pesante. Ningún día a bordo de ese frigorífico puede ser denominado con un término tan vulgar como el de ‘rutina’. Ese cubículo, con la poderosa mano de Dios, convierte un grupo hetérogeneo en una Comunidad de 17 días- 14 para el cronista- que sabe, por momentos, a cielo. Dayenú hasta aquí. Nos espera la romántica Venecia con sorpresas hasta para los solteros. Un último día para alguno que supondrá el truco final del Señor en su primera, y esperemos que no última, JMJ.

Nuestra madre, la Virgen María, nos va allanando los caminos.

Belén Velasco

2023-05-22T09:57:25+02:00
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