María López
Castelo Branco – Fátima – Castelo Branco
Queridos e-peregrinos:
Una vez más, Dios ha sido grande con nosotros. Madrugadores e ilusionados a las 06:30 partíamos para el encuentro con el Santo Padre, Benedicto XVI. Pero al llegar a la explanada de Fátima, nos encontramos con una situación un poco difícil, pasados por agua nos vimos agobiados por la situación. Mas el Señor tenía preparado, una vez más, un sitio especial para nosotros.
Acomodados en la capilla de las apariciones, empezó a brillar un sol que nos acompañó el resto de nuestra jornada. Pudimos disfrutar, antes de la eucaristía, de un rezo del rosario en la misma capilla, lugar al que después se acercó el propio Benedicto XVI para hacer una ofrenda a la Virgen, y desde allí partió parar dar comienzo la eucaristía.
Nosotros, mientras tanto, esperando encontrarnos con la presencia de aquel que siempre permanece e ilumina nuestras vidas.
Se nos echó encima otro obstáculo para poder llenarnos con las palabras del Santo Padre, puesto que tuvimos que entender el portugués, idioma que ninguno conocíamos, pero no era suficiente como para detener la fuerza del Espíritu de Dios, que quería inundar nuestros corazones.
Empezando por la gratitud del Papa hacia los que lo han acogido y a todos nosotros por estar allí, y por los que sufren, invitándolos a encontrar un refugio en Dios más facilmente visible en la imagen de Fátima. Y exhortándonos a seguir las palabras de la Sierva de Dios «mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador» la misericordia de Dios se extiende de generación en generación en todos aquellos que le temen. Felices aquellos que creen en la Palabra de Dios.
Despúes continuó con el ejemplo de los tres pastores, que anunciarán para todos, los tiempos de Dios, sobre todo para aquellos que tienen el corazón frío. Por eso, felices los que ponen las palabras de Dios en práctica. Gracias al amor que Dios nos tiene, se sustenta el mundo. Así lo hicieron los pastores, como Jacinta, que entregó su vida por los pobres y se sacrificó por los pecadores. Por último nos invitó a transformar nuestros corazones, para estar dispuestos a hacer la voluntad de Dios, siempre.
Felices por las palabras de Benedicto XVI partimos al mediodía hacia un magnífico restaurante, para reponer nuestras fuerzas, y seguir obedeciendo a la voluntad de Dios.
Para culminar este estupendo día nos dejaron, de nuevo, tiempo para nosotros. Finalmente, nos reunimos para escuchar algunas vivencias de los hermanos e informarnos acerca del milagro de Nuestra Señora de Fátima. Y a descansar.
Mañana, más y mejor.